Wednesday, January 23, 2008

Al pan, pan… 1/16/2008 Por César Montúfar

Quisiera decir que en el primer año de Rafael Correa, se han dado pasos importantes para el cambio por el que la sociedad ecuatoriana ha apostado; que se han sentado las bases de una nueva democracia y una nueva política, basada en principios, respetuosa de la Constitución y la ley, radical en defender la independencia de funciones, innovadora en sus prácticas, engendradora de una sociedad pluralista y libre; quisiera decir que se han tomado las medidas necesarias para provocar una reactivación económica, mejorar la productividad de las empresas, sustentable y tendente a la equidad; quisiera afirmar que en este año los pobres y los emigrantes han disminuido, que el empleo efectivamente se redujo; que se ha avanzado en la lucha contra la corrupción, en la transparencia y rendición de cuentas; que se ha logrado reafirmar la subordinación militar a la autoridad civil, más allá de dádivas o encargos inconvenientes; quisiera poder creer que vivimos una genuina revolución ciudadana, que los ciudadanos somos actores del cambio y que no somos manipulados por la abundante y abusiva propaganda oficial; quisiera decir todo esto, creer, pero sería mentir y mentirme, sería repetir el juego condescendiente de aquellos que a la ‘izquierda’ le perdonan todo, por mala conciencia o sentimiento de culpa; sería temer a la descalificación presidencial por miedo o rabo de paja; sería dejarme engañar.Por ello, ahora que se cumple el primer año de Gobierno, es necesario llamar al pan, pan y al vino, vino; nombrar las cosas por su nombre; responder qué ha sucedido en estos últimos 12 meses. Y la respuesta, para mí, es simple: a pesar de toda la retórica y promesas de cambio, en el Ecuador se ha desatado un proceso inédito de acumulación personal de poder en manos del Ejecutivo; se ha implantado una tendencia clara hacia la recentralización, hacia la instauración de una especie de bonapartismo en que la figura presidencial es principio y fin del Estado, de la organización territorial, del sistema político, de la economía, de la comunicación, de la sociedad y de la cultura. El modelo político es que todo pase por Correa y todo se lo deba a Correa; que él y su autoridad, su intuición, su honestidad, su inteligencia, su carisma, su popularidad, sean fuente única de legitimidad. La popularidad presidencial se ha convertido en fortaleza imprescindible y activo irremplazable y el Gobierno ha invertido e invertirá todos los recursos para conservarla y acrecentarla. La constitucionalidad, legalidad, ética, la eficiencia y eficacia, el concepto de bien y mal son atributos presidenciales avalados por lo que le digan las encuestas. Todo se mide por la vara que imponga y el rumbo que señale el líder. No importa arrasar con las instituciones ni la honra de las personas; se gobierna como si se estuviera en campaña, se aniquila todo vestigio de pluralismo. El Presidente escoge y crea a sus amigos y enemigos; todo está en función de él y de su proyecto: Asamblea, TC, TSE, Contraloría, Defensoría; todos le cumplen, todos le temen. Llaman a esto proyecto de cambio, socialismo, revolución ciudadana, luchar contra las mafias, pero aquello no tiene nada de eso, ni de democracia, ni de ética. Se trata de un asalto al Estado, por vía electoral, de un nuevo dueño del país.
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